Hace unos tres años solicité el envío gratuito de material reformado a una institución española. Entre los libros venía la Institución de la Religión Cristiana de Juan Calvino, otros dos libros voluminosos, y un pequeño folleto de 22 páginas escrito por el pastor presbiteriano J. Gresham Machen titulado “Cristianismo y cultura”. Al principio lo miré en menos porque era una revistita al lado de los inmensos volúmenes de Calvino.
Sin embargo, éste ha sido uno de los textos que más ha influido en mi cosmovisión. Había ingresado a la universidad hace un año, y me vi enfrentado al conflicto entre razón y fe. Venía de un contexto en el que la lectura y el razonamiento eran despreciados debido a que se pensaba que el intelecto es antagonista de la creencia. Entonces, entré a una carrera donde lo que más había que hacer era leer y razonar críticamente. Me pregunté qué sucedería: pensé que debía escoger entre mi fe pentecostal, o la razón crítica promovida por la universidad.
Entonces tomé el texto. Estéticamente el cuadernillo es atractivo, y su titulo lo es igualmente. Pero su tamaño me desconcertaba. Pensé que era muy pequeño como para resolver un dilema tan grande. Sin embargo, no contaba con nada más que eso para informarme sobre el problema, así que decidí leerlo. Después de la Biblia, este texto fue como un bálsamo a mi intelecto quebrantado.
Fue una sorpresa enterarme de que ni siquiera se trataba de un texto académico; era un discurso. El Dr. Machen, no obstante, hizo un trabajo de alta especificidad, exponiendo ideas que me fueron totalmente nuevas. Él concibe que La Iglesia cristiana está en conflicto con la ciencia o cultura; hay que recordar que escribe en 1912, época en que se veía un auge del cientificismo y el positivismo; todo debía comprobarse, incluso la existencia de Dios. Se hablaba incesantemente sobre lasecularización de occidente, es decir, que en algún momento del desarrollo científico todo iba a ser razonable, y ya no se necesitaría más a la religión: se esperaba su desaparición. Otros, como John Stuart Mill, optaron por pensar que la religión existía solamente debido a que brindaba una utilidad: a través de ella se propagaban los valores. Pero también concebía su pronta desaparición: finalmente sólo nos quedaríamos con su ética, y prescindiríamos de su teología.
El panorama no era mejor dentro de los círculos cristianos. Se observaba la proliferación de teólogos liberales, dentro del protestantismo, que negaban la divinidad de Jesús, el nacimiento virginal, y aún la resurrección… y seguían siendo “cristianos”. A su vez, aumentaba notoriamente el movimiento evangelístico mundial, que entre el siglo XIX Y XX revolucionó los ambientes espirituales.
El Pastor Machen notó que la cristiandad estaba dividida. Por una parte, estaban aquellos que adaptaron la fe al cientificismo moderno, es decir, que aplicaron la razón crítica a los textos bíblicos y redujeron el cristianismo a una mera ética. No se refiere a estos con mayor detalle. Sin embargo, había una rama de tendencia académica que se dedicaba al estudio profundo de los textos bíblicos y la historia, mientras que por otro lado, estaban los de tendencia práctica que insistían en la evangelización mundial sin importar lo intelectual. El conflicto que él observa se da fundamentalmente entre estas dos ramas.
¿Por qué no consideró la otra de los liberales? Porque no podía llamar cristianos a quienes negaban la divinidad de la historia de la salvación en Cristo. Él sabía que si los dos polos mencionados llegaban a un acuerdo, la Iglesia confesional podría dar una respuesta a la cultura científica atea. Debía haber una propuesta conjunta entre los que enfatizaban la evangelización, y los que enfatizaban el estudio teológico-bíblico. Los primeros se veían a sí mismos en un conflicto con el mundo, y pensaban que el único deber de la iglesia era evangelizar y salvar la mayor cantidad de personas que fuera posible. Los otros, buscaban explicaciones confesionales para responder a una cultura atea. El pastor Machen consideraba una posible relación entre estas dos facciones porque el punto común de ambas es que eran confesionales, mantenían la fe en Jesús como Cristo, Dios verdadero.
Machen pensaba que si este problema interno no se solucionaba, iba a ser imposible que la Iglesia pudiese dar una respuesta satisfactoria al mundo. Incluso, se puede deducir que Machen atribuye ese problema entre Iglesia y Cultura precisamente porque La Iglesia no había reflexionado sobre eso hasta antes del cientificismo moderno. Esto se evidencia precisamente en la existencia de las dos corrientes antagónicas mencionadas. Una iglesia dividida no iba a lograr nada. Por lo tanto, él estaba intentando proponer un modelo desde una contingencia crítica.
La Iglesia, según Machen, tiene tres formas de afrontar su problema con la cultura. La primera es que el cristianismo se subordine a ella. En el contexto en que escribe, subordinarse a la cultura significa quitar los elementos sobre-naturales de la fe cristiana, es decir, ajustarla al paradigma moderno de lo comprobable. Precisamente en este punto se hallaban los teólogos liberales. La segunda forma es que el cristianismo sea indiferente o contrario a la cultura. En esta faceta se hallaban los del lado práctico, que no estaban interesados en tratar de luchar por una cosmovisión integral cristiana –y que negaban la razón y todo acto intelectual- sino únicamente en evangelizar personas. Y la tercera solución es aquella por la que Machen aboga. Es llamada consagración, que planteaba la idea de consagrar la cultura al Reino de Dios.
Es entonces que esboza la siguiente afirmación: “el cristianismo tiene que saturar, no tan solo todas las naciones, sino también todo el pensamiento humano”. Por lo tanto, no debe sólo dedicarse a la evangelización, sino también al pensamiento. Ambas cosas no son opuestas. Y es a partir de este razonamiento que concluye: “El Reino de Dios debe ser promovido; no sólo en ganar a todo hombre para Cristo, sino ganar al hombre entero”. Este punto es crucial porque pone en contacto a ambas corrientes de la Iglesia. Por lo tanto, la respuesta satisfactoria de la Iglesia a la Cultura consiste precisamente en que haya un reconocimiento de ambos polos en la legitimidad de uno y otro. Que los prácticos reconozcan la labor de los académicos, y que los académicos respeten el empuje de los prácticos. Así, unos llevan en el Reino de Dios en el frente de las personas, y otros en el frente de las academias. Ambos están desarrollando labores loables.
Establece sólo un requisito: haber recibido la poderosa experiencia de la regeneración. Tanto el erudito como el evangelista deben ser conocedores de Cristo. Esto implica que la aceptación de que “El cristianismo es la proclamación de un hecho histórico: que Jesucristo resucitó de los muertos”. Solo un regenerado puede afirmar –y creer- eso en una cultura moderna cientificista y atea.
En el 2012 estamos frente un problema similar. Las cosas no han cambiado del todo, pero Machen inspirado por Dios nos ofrecía una respuesta. A los chilenos especialmente, este ensayo nos sería de gran utilidad. El pentecostalismo chileno se ha caracterizado por heredar una mentalidad centenaria; en gran parte ha conservado las ideas de su fundador, Willis Hoover. Él dirigió el avivamiento apenas 3 años antes de que Gresham Machen diera este discurso, y fue parte de este enorme conflicto cultural, y también tuvo las mismas interrogantes según se observa en algunos de sus escritos. Muchas iglesias provenientes o influidas por el avivamiento de 1909 son portadoras de esa mentalidad Hooveriana enmarcada en un conflicto de 100 años atrás, pero ya no podemos ser indiferentes por más tiempo al problema que se nos pone en frente. La respuesta de un contemporáneo a Hoover nos será muy satisfactoria para iniciar una ardua reflexión sobre nuestra cultura posmoderna ahora, cien años después.
Luis Aranguiz Kahn.
Link para descargar "cristianismo y cultura":
http://www.iglesiareformada.com/Machen_cristianismo_y_cultura.pdf