En el siglo XIX se produjeron grandes movimientos evangelísticos que predicaron gran parte de las latitudes planetarias. De estos movimientos se levantó lo que hoy conocemos como “pentecostalismo”, una facción que enfatizó fuertemente la manifestación del Espíritu Santo. Un lector que no sea evangélico o pentecostal difícilmente entendería este concepto, sin embargo los que sepan algo del tema sabrán a lo que me refiero. Estos primeros pentecostales, a pesar de recalcar la obra del Espíritu Santo, fueron influenciados por corrientes doctrinales claras con respecto a Cristo, su deidad, soberanía y Gracia. Es por esta razón que lograron mantener cierto equilibrio en sus enseñanzas. En el caso de Chile, el discurso del fundador del pentecostalismo era bastante enfático en la persona de Cristo; si bien creía en la obra del Espíritu –por algo era pentecostal- siempre recalcó en primer lugar a la persona del Salvador.
Sin embargo, he experimentado cierto quiebre con esta noción del pentecostalismo porque he vivido desde mi nacimiento en el ambiente pentecostal y he escuchado muchos sermones sobre el Espíritu Santo, pero extraño profundamente en mi memoria alguna predica dedicada a la importancia de la Crucifixión, Resurrección o siquiera la Deidad de Cristo que no estuviese enmarcada en Semana Santa. Esta evidencia experiencial –no sólo mía, sino compartida por muchos amigos de distintas congregaciones pentecostales- me ha motivado a profundizar en este problema.
Es evidente, sobre todo para los jóvenes de mi generación, que el pentecostalismo no es el mismo de antes; digo, no es el mismo del que nos hablaban nuestros abuelos. Quizá esta es una de las razones por las cuales este mismo escrito sea criticado: muchos pentecostales aún conservan en sus mentes el concepto antiguo, y por lo tanto conciben que una nota como ésta es inútil. Pero creo imprescindible dejar esa visión antigua como una evidencia de lo que era en el pasado, y hacer el ejercicio de ver lo que somos hoy. Por ello, un pentecostal medianamente reflexivo se dará cuenta que el pentecostalismo actual no es el mismo que nos enseñaron.
Tanto el pentecostalismo actual como sus derivaciones –lo que los cientistas sociales han denominado “neopentecostalismo”- comparten un rasgo muy marcado heredado del primer pentecostalismo: el énfasis en la obra milagrosa del Espíritu Santo. De ninguna forma pienso que sea malo tal énfasis. El problema es que no conservaron el vivo deseo de exaltar a Cristo. En estos días mucha juventud de estas congregaciones dice “soy salvado” pero no tienen noción alguna –y a veces nisiquiera interés- en saber lo que eso significa porque están más interesados en profundizar las maravillas que el Espíritu Santo hace. El “ser salvado” se convierte en una etiqueta de presentación útil para decir luego: “soy cristiano”, y luego de ese paso cortito se le instruye al sujeto a buscar ardientemente el fuego del Espíritu. Pero, ¿qué es ser salvado? ¿Qué es la salvación? ¿Por qué puedo ser salvo? Son preguntas olvidadas en pos del “poder de Dios”.
Nuestros antecesores tenían claro entendimiento de las prioridades de la fe. Hoy lamentablemente no es así. El énfasis exacerbado de lo “espiritual”, ha provocado que Cristo quede al margen, para ser festejado en la Navidad, la Santa Cena y la Semana Santa. El resto es espíritu y jolgorio. Además, esto ha producido una generación de juventudes cristianas con emociones saciadas hasta el extremo, pero que carece de un entendimiento claro de su fe. Cristo es el amigo joven que nos ayuda, nos bendice, y que también, por si acaso, nos ha salvado.
A este respecto, me interesa mucho citar a un autor del siglo XX que explicó esto de manera magistral. El pastor Francis Schaeffer planteó la existencia de un viejo pentecostalismo y uno nuevo. Quiero citar sus propias palabras sin temor a la extensión: “el antiguo pentecostalismo daba un énfasis tremendamente vigoroso al contenido de la Escritura y esto fue lo que constituyó una fuente dinámica para la evangelización… Eran gentes que creían realmente en el Evangelio; que tenían una alta estima por la doctrina”. Luego, y con un notorio pesar, señala: “pero el nuevo pentecostalismo pone todo su énfasis en los signos externos, en lugar de prestar atención al contenido, y convierte estas señales externas en la prueba, el test de la comunión y la aceptación de la iglesia… con tal que uno tenga señales, basta para ser aceptado…” (*).
Luego de esta aproximación, me permito señalar mi postulado. Considero que el pentecostalismo/neopentecostalismo posmoderno no es un cristianismo. Es una lamentable desviación de éste. Quiero volver a señalar que creo firmemente en la obra del Espíritu Santo, que creo firmemente en los milagros, que creo en la profundidad de la vida espiritual; pero niego rotundamente que eso constituya el eje de mi fe en Dios. Con pesar observamos cómo el evangelio de Cristo es denigrado por aquellos incrédulos que ven los discursos de los neo y pentecostales. Somos el asmerreir no debido a la locura del evangelio, sino debido a nuestra propia locura.
El concepto de los antiguos pentecostales sobre los milagros del Espíritu Santo se enfocaba en las sanidades corporales, en la provisión de alimento a los pobres o en la profundización de la vida espiritual. Todo esto emanaba de la idea de Cristo como compañero, como Dios de Amor. En cambio el (neo)pentecostalismo de hoy también habla de milagros, pero ya no con este tipo de significado, sino con uno mucho más ligado a la cultura posmoderna.
Es vergonzoso notar cómo los predicadores de hoy se esmeran en ofrecer a la iglesia y a la sociedad un mensaje de bienestar tan horrorosamente ligado a nuestra cultura del consumismo y el individualismo; cómo Dios se ha transformado en un supermercado o una farmacia. Dios es un Mall lleno de hermosas variedades para sus hijos. Dios quiere hacer milagros con nosotros regalándonos un buen 4X4, una casa en el barrio alto, dándonos buenos trabajos; un Dios de la utilidad material: o el Dios empresario.
El Espiritusantianismo ha llegado a un extremo en el que es imposible concebirlo como un cristianismo. Lo único que le queda de él es el uso de la Biblia, La realización de la Santa Cena, tal vez la Semana Santa o la Navidad. Pero estos son sólo rasgos externos; internos casi no los tiene. Un antiguo pentecostal que visitara las iglesias de hoy probablemente se decepcionaría. Willis Hoover no pensaba así. Tampoco los fundadores a nivel mundial.
En este tiempo no se puede hablar de pentecostalismo como se hacía antes. Cuando yo hablo de “pentecostalismo” bajo mi contexto actual, no puedo pensar en lo que eran los antiguos. Este pentecostalismo viciado de hoy es el que debe ser cambiado, no el concepto fundamental. El pentecostalismo original de la Biblia es una realidad, es el nuestro el que está errado.
El cristianismo es un hecho histórico. Trata de un personaje que se presentó ante la humanidad de sus días con un mensaje que prometía tres cosas: Reino de Dios, Perdón y Salvación. Estas eran sus ideas más recurrentes. Jesús de Nazaret. Sin el nacimiento virginal, sin la resurrección y sin la deidad de Cristo no habría salvación. Es prudente volver al inicio, al rudimiento: volver a entender lo que significa Cristo. En palabras de Schaeffer: “no vamos a decir que la fe cristiana ha de carecer de experiencia y emoción. Ambas cosas son necesarias. Pero ni la experiencia ni la emoción han sido jamás las bases de la fe cristiana. La base para nuestra fe la constituye el hecho de que ciertas cosas son verdad”.
Es tiempo de pedir perdón por olvidar que todo lo que somos, lo que creemos y lo que anhelamos para nuestras almas se debe a la presencia eterna de la piedra angular que hace mucho tiempo otros desecharon, y que los que construimos a partir de ella –ya sea por ignorancia o inocencia- también hemos estado a punto de desechar.
(*) el texto completo de Schaeffer titulado "los caminos de la juventud, hoy: la nueva superpespiritualidad" se puede descargar desde el siguiente link: http://all-shares.com/folder/25872423/francis-schaeffer-los-caminos-de-la-juventud-hoy
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