Con este ensayito, intentaré dar respuesta a una serie de costumbres que me llaman la atención de la fe del latinoamericano, sobre todo de la vereda Pentecostal y carismática. No pretendo ser un maestro, pero si pretendo encontrar un par de nociones para comprender una realidad que a veces molesta. Querido lector, le ruego se moleste en leer los primeros tres tediosos párrafos, para luego ingresar al fondo; así comprenderá mejor el contexto del tema. Gracias.
Para entrar bien a este terreno, me permitiré revisar de una pincelada la historia religiosa de nuestro continente. Cuando América fue descubierta, el Reino Español se hizo cargo de todo el cono sur –excepto la zona de brasil, que correspondía a Portugal-, bajo aprobación del papa de turno. Se inició una sólida campaña de conquista del continente, y mientras los guerreros iban con sus espadas amenazando a los indignas, los clérigos iban con su catecismo bajo el brazo.
Se inició un fuerte trabajo de subyugación; los pueblos eran diezmados por las tropas españolas, y cada individuo era emplazado a aceptar el evangelio de la Iglesia Romana. Lo que vino después de esto fue un periodo de consolidación, y América Latina fue romanizada. El problema -como algunos estudiosos del tema ya lo han notado- es que el evangelio fue implantado a través de las propias costumbres religiosas particulares de los pueblos indígenas y se produjo un fuerte sincretismo. Por ejemplo, la fiesta de la tirana no tenía nada que ver con la virgen, pero fue adaptada con motivos católicos.
¿Cuál es el problema de nuestro interés? ¿Por qué escribo esto? Sucede que en el siglo XIX llegaron los protestantes a Latinoamérica, trayendo una visión del evangelio de Jesucristo que está mucho menos contaminada por el sincretismo religioso y por las tradiciones romanas católicas. Sin embargo, antes que ellos pudieran expandir completamente el evangelio reformado, se produjo la aparición de los avivamientos pentecostales. Desde entonces, multitudes de personas han tenido acceso a conocer a Jesús, pero existe un problema: fueron evangelizados sus corazones, pero no sus mentes. En Inglaterra o EEUU no necesitas evangelizar tanto la mente como acá, porque allá la gente común tiene raíces protestantes, al igual como acá la gente tiene raíces más católico-romanas. La mente sincrética del latinoamericano debe ser evangelizada por la Gracia de Cristo.
En el pentecostalismo –y su derivación, el neo-pentecostalismo- se agruparon miles de personas que antes practicaron o creyeron en Jesús a través del catolicismo romano, ya sincretizado con costumbres y creencias indígenas. Ellos creyeron fervientemente en Dios, pero mentalmente conservaron ciertas estructuras de pensamiento que permanecen, lamentablemente, hasta hoy.
La más fuerte de todas estas ideas es la lógica de la retribución. Se produce en dos aspectos fundamentales de la experiencia cristiana. Cuando participas en una iglesia, puedes ver que si alguien se enferma, o le sucede un infortunio, se dice “¿qué mal habrá hecho este?” u otros con mucha mas soltura dicen: “Dios lo está castigando”. La esquizofrenia espiritual lleva a la hermandad a pensar que Dios nos devuelve mal por mal, y bien por bien. Entonces, ¿Dónde queda la Maravillosa Gracia del Señor Jesucristo, que enseña que a pesar de lo malos que somos, Dios nos hace un bien? Todo eso puede ser encontrado en el AT, pero en el NT es mucho menos, debido a que Cristo con su sacrificio rompe ese paradigma. Este tipo de ideas o pensamientos –y la gente “cristiana” que piensa así- pisotean el acto más sublime de amor y de bondad. Ojo, no digo que podamos hacer el mal. Y en segundo lugar, esto se manifiesta, sobre todo en estos días, en la teología de la prosperidad: dale dinero a Dios, y el te lo retribuirá. Luego, el cristiano le da dinero a Dios para recibir retribución, pero no por amor a su obra.; en síntesis: es como hacer una manda al estilo católico romano sincrético y pagano. Pero esto también está en la lógica Pentecostal cuando se dice a un hermano atribulado: “si usted va al punto de predica, Dios le va a bendecir”. Yo pensé sinceramente que el punto de prédica era para evangelizar a los mundanos, no que fuera una manda para recibir bendición. Las cosas en el evangelio se hacen por Amor, no por retribución.
En segundo lugar, hay un aspecto muy particular: la veneración a los iluminados. Los pentecostales y carismáticos se jactan de no venerar ídolos esculpidos como la iglesia romana, sin embargo, veneran ídolos de carne, que es peor. Los personajes que se consolidan como lideres por su carisma o “unción”, son considerados no sólo como maestros, sino como “padres”. A pesar de que Jesús haya dicho en una ocasión: “a ninguno llames padre”. El “ungido” tiene una autoridad infalible, su palabra es verdad, porque Dios habla a través de él. Su templo se llena de fieles que van a escuchar lo que Dios dice, pero a través de él, del “ungido”, no a través de la Sagrada Escritura. Y para colmo, en sus libros siempre aparece en primer plano el rostro, igual que los best-seller de autoayuda. Los fieles adquieren sus libros, y saben más frases y enseñanzas de ese caudillo que del propio Jesús.
En tercer lugar, hemos heredado un fuerte espíritu supersticioso. Es increíble visitar hogares cristianos en que el primer adorno de la ventana es una gran biblia abierta en el salmo 91, llena de polvo. ¿Por qué? Porque el salmo 91 “nos protege del enemigo”. La superstición luego se manifiesta en la forma de vivir la espiritualidad. Cualquier cosa que le sucede al creyente, se la achaca a Dios o al diablo, y finalmente nunca mira sus propios errores –que eso también lo produce la Maravillosa Gracia de Cristo.
Un cuarto punto es el amor a la ignorancia. Si Dios es grande, si Dios es bueno, si Dios me ama, si Dios es poderoso… ¿para qué vamos a leer la Biblia? Mejor invirtamos el tiempo en orar, hacer guerra espiritual y entregar tratados, eso sirve, lo otro no, porque la mucha letra mata. Pero ese amor a la ignorancia ha sido la principal causa de que los tres puntos anteriores sigan vigentes en nuestras iglesias, frente a nuestras narices. Hace unos días, con escozor leía una frase en una revista Pentecostal que decía algo así como “ha sido maravillosa la obra redentora del Espíritu Santo”. A ese escritor le faltó un poquitito conocer la doctrina de la Gracia de Cristo, para saber que la redención se efectuó en su sacrificio en la cruz, y no en la persona del Espíritu Santo.
A raiz de este punto, en este tiempo estamos presenciando un fenómeno único. Las iglesias carismáticas, pentecostales, apostólicas, celulares -y cuanto otro nombre sea- pareciera que ya no son “cristianas”, porque se acuerdan de Cristo para la santa cena, la semana santa y la navidad. En cambio, pareciera ser que son espiritusantianas, porque toda su fe y su convicción se mueve en torno a los milagros presentes que el Espíritu Santo puede hacer, y Cristo queda como un monito pegado en la pared, al cual recordamos como aquel lejano hombre que se le ocurrió morir por nosotros hace ya 2000 años. Pero lo que a esas personas les hace falta saber, es que sin Cristo y sin el don de la Gracia, no hay Espíritu Santo, y no hay milagros presentes ni nada de eso. Y se habla del Espíritu Santo para allá y para acá, y se escriben miles de libros sobre él… pero cada vez siento más ausente a Cristo en las iglesias “cristianas”.
Como mis lectores amigos saben, mi afán nunca ha sido ser un crítico destructivo. Anuncio lo que veo, con sinceridad y humildad, para hacer propuestas de cambio. Y con respecto a la nota de hoy, mi afán no es herir a los lectores pentecostales y carismaticos que me leen, porque como bien saben, soy un fiel creyente.
Hemos querido evangelizar, expandir el reino, con la consigna de Juan 3:16. Pero, ¿hemos evangelizado la mente de los latinoamericanos? Llevamos ya 100 años predicándole al corazón de la gente; entonces la gente cree y se acerca sinceramente; pero no hemos quitado de sus mentalidades las costumbres y lógicas de pensamiento que son externas a la genuina lógica cristiana sustentada en la Gracia.
Mi propuesta es que volvamos a reconsiderar la doctrina de la Gracia de Cristo, que volvamos a la “cristología dura”, es decir, al estudio profundo no sólo de sus enseñanzas, sino de lo que Cristo mismo significa. Esta profundización debe llevarnos a un real convencimiento de lo que significó su sacrificio, muerte y resurrección; y entonces ya no será tedioso hablar de un Dios que murió hace 2000 años, en oposición a un Espíritu Santo que está presente hoy; sino que, en cuanto profundicemos esta preciosa verdad, entenderemos con mayor exactitud el papel del Espíritu Santo hoy, y de paso serán raídas las lógicas paganas que aun se conservan en nuestras iglesias.
Cristiano
Soli Deo Gloria
No hay comentarios:
Publicar un comentario