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Me describo como un tipo común y corriente, sincero, humilde, auténtico, original, carismático, con sentido del humor, etc. Tengo mis ideas súper claras, en resumen creo ser una buena persona que no anda aparentado ser lo que no es. Soy una persona tan común y corriente como cualquiera de ustedes, con las mismas debilidades y errores. Al igual que la mayoría, también me cuesta orar y leer la Biblia, pero siempre hago el esfuerzo por intentar llevar una vida de integridad en obediencia a Dios. Mi vida es el ministerio y el ministerio también es mi vida, no podría separarlos jamás. Yo soy esto, soy un hombre común y corriente que sirve al Señor. La única diferencia con algunos otros, es que lo muestro, nada más. No trato de ser correcto, ni de hacerme el espiritual. En todo caso, soy espiritualmente normal.

lunes, 28 de noviembre de 2011

Introducción al ensayo titulado “Cristianismo y Cultura”

El breve ensayo titulado “Cristianismo y Cultura” fue publicado por J. Gresham Machen en el Princeton Theological Review en 1913. Pero originalmente no se trata de un texto escrito para su publicación, sino de una conferencia inaugural. Con este texto, en efecto, Machen dio apertura al semestre de otoño de 1912. Se cumplen, pues, 100 años desde que fuera redactado, y tal distancia constituye una buena ocasión para una evaluación de su trasfondo, su contenido y su impacto.

Desde 1906 Machen estaba trabajando como profesor asistente de Nuevo Testamento en el Seminario Teológico de Princeton. Es a sus alumnos en dicha institución que se dirige este texto, y eso explica que en algunas ocasiones se hable sobre las condiciones propias de los estudios en un seminario, y que en momentos sus palabras parezcan dirigidas exclusivamente a seminaristas. Pero esto no nos debe engañar: es un texto que debiera ser lectura obligada no sólo para todo estudiante de teología, sino para todo cristiano seriamente interesado por la relación entre el cristianismo y el saber. Es cierto que para quien conozca la obra de J. Gresham Machen, la década de 1910 a 1920, en la que fue publicada esta pieza, parece no ser la más interesante. Fue en la década siguiente, la del 20 al 30, que publicó sus grandes obras polémicas contra el liberalismo.

Y fue la década de los 30 la que lo llevó a sus grandes actos institucionales: la fundación del Seminario Teológico Westminster y de la Iglesia Presbiteriana Ortodoxa. Pero lo cimientos sobre los que trabajó durante esas dos décadas se encuentran en gran medida presentes ya en esta célebre conferencia.

El contexto inmediato del texto no es ninguna controversia en particular, pero sí hay un contexto histórico general muy significativo. En efecto, el cristianismo todavía era una fuerza viva en las grandes universidades norteamericanas, pero -como bien ha notado George Marsden-, el momento en que suena la voz de alarma de Machen coincide con la fecha en que el establishment protestante norteamericano estaba abandonando todo contenido específicamente cristiano en sus grandes universidades, para adoptar la ruta que hasta hoy ha seguido. Con ese trasfondo –que no es explícitamente mencionado-, el texto parte delineando de modo muy general en algunos modos en que puede ser abordada la creciente separación entre el mundo del saber y el mundo de la fe en la cultura contemporánea. Hay, en efecto, un espíritu científico dominando los planes de estudio; pero también hay un espíritu de fe moldeándonos en otros momentos.

Usualmente estos espíritus o estos mundos parecen no toparse. Pero se enfrentan, a más tardar, a la hora de aplicar dichos métodos científicos al estudio de la misma Biblia. ¿Se debe subordinar el cristianismo a la cultura, al estado actual de ciertos conocimientos? Machen hace notar que gran parte de la Iglesia, aunque sea inconscientemente, está optando por dicha solución. ¿Se debe en lugar de eso subordinar la cultura al cristianismo? La solución parece mejor, pero hace difícil que alguien se dedique entonces a las tareas del saber con el genuino entusiasmo que encontramos, por ejemplo, en las secciones poéticas de la Biblia, genuino entusiasmo que siglos antes había llevado al nacimiento de grandes universidades por inspiración cristiana. Machen no escoge, pues, ninguna de esas dos primeras alternativas, sino una tercera, que no es de subordinación, sino de lo que llama “consagración”.

El modelo que está detrás de tal posición es uno que Machen consideraba haber aprendido ya en su hogar. En una nota autobiográfica escrita en 1932, cinco años antes de su muerte, refiere a la formación recibida en su hogar como la principal explicación para el hecho de que, contra la corriente de los tiempos, siguiera adhiriendo a una forma ortodoxa de la fe cristiana. De sus padres dice haber aprendido no sólo “qué es el cristianismo”, sino también cuáles son los “modernos sustitutos del mismo”.

Pero en la línea siguiente del mismo texto vincula esto al hecho de que “también aprendí que la convicción cristiana puede ir de la mano de una amplia visión de la vida y de la búsqueda de conocimiento”. En esta expresión cabe enfatizar no sólo el amor al conocimiento y su compatibilidad con el cristianismo, sino en particular la amplia visión a la que alude Machen. Pues no se trata en lo más mínimo de defender sólo conocimientos que parezcan inmediatamente útiles: como narra el mismo Machen, entre los conocimientos de su padre destacaban sobre todo su conocimiento de la literatura griega, latina, francesa, inglesa e italiana –era un gran coleccionista de ediciones del siglo XV de los clásicos de la literatura antigua; y estos conocimientos, según cuenta, llegaban a ser opacados por los de su madre, de la cual Machen destaca sobre todo “la catolicidad de sus gustos”. En “Cristianismo y Cultura” se puede ver cómo Machen ha incorporado esta amplia mirada: “el cristiano no puede sentirse satisfecho en tanto que alguna actividad humana se encuentre en oposición al cristianismo o desconectada totalmente del mismo. El cristianismo tiene que saturar no tan solo todas las naciones, sino también todo el pensamiento humano”.

Este gusto por el saber al margen de su utilidad inmediata debe ser tenido en mente con miras a las controversias de las décadas posteriores. Pues en Cristianismo y Liberalismo es recurrente la crítica de Machen a los seres humanos “prácticos”. El énfasis en el carácter práctico, como bien hace notar, es engañoso, pues se puede estar aludiendo a que debemos en nuestros actos ser coherentes con lo que pensamos, y en ese sentido desde luego todos debemos aspirar a ser “prácticos”. Pero “en el discurso moderno muchas veces un conocimiento (práctico) de Dios quiere decir no un conocimiento teórico que también es práctico, sino un conocimiento práctico que no es teórico –en otras palabras, un conocimiento que no da ninguna información sobre la realidad objetiva, un conocimiento que no es conocimiento”. En tal contexto muchas veces el cristianismo sigue siendo valorado, pero porque parece ser útil –como consuelo o como programa moral-, y no porque estemos preocupados respecto de si es verdadero o no.

Una vez que se entiende el serio error implicado en esta posición utilitarista –y Machen lo entendió muy tempranamente-, se comprende también que lo requerido como respuesta cristiana no es sólo un vago cultivo de la “cultura”, sino una vigorosa vida intelectual. Y tal advertencia parece no menos importante en el contexto actual que en el de un siglo atrás. En efecto, la sola preocupación por el cristianismo y una ampliamente entendida “cultura” puede seguir siendo lo que para Machen era la esencia misma del liberalismo: un cristianismo que busca ser “relevante” porque “influye” en todos los campos de la vida, pero que no está preocupado en primer lugar por la verdad de lo que cree.

Así pues, a pesar del carácter general del título “Cristianismo y Cultura”, y a pesar de que el texto efectivamente dice cosas que son aplicables a la relación del cristianismo con cualquier actividad cultural, Machen no podría ser más categórico en la importancia que da al aspecto racional del conflicto entre el cristianismo y las visiones de mundo rivales. Respecto de la causa de la descristianización del mundo afirma en esta conferencia que “no vacilo en manifestar que está principalmente en la esfera intelectual”. Y si alguien decía que la Iglesia está en problemas, Machen se apuraba en aclarar que “la Iglesia está hoy pereciendo por falta de pensamiento, no por exceso del mismo”. Desde luego estas palabras pueden ser malentendidas, y si son malentendidas pueden ser rechazadas o abusadas. Abusadas por racionalistas que quieran tener a Machen de su lado, o rechazadas por cristianos que prefieran insistir en la inutilidad de los argumentos y en la centralidad de la conversión del corazón.

Es pues importante entender dichas palabras bien. Y eso se puede lograr en primer lugar aclarando que Machen no está en ningún momento diciendo que los argumentos sean algo suficiente para lograr la conversión. “Pero el hecho de que la labor intelectual no sea suficiente, no significa, como tantas veces se supone, que sea innecesaria”. En segundo lugar, cuando Machen habla del cristianismo actual como uno inserto en una gran lucha intelectual, cuando habla de deserciones de la fe por motivos intelectuales, no está diciendo que se trate de decisiones conscientemente intelectuales.

De hecho reconoce lo contrario, que los grandes cambios en el mundo intelectual generan una serie de presupuestos que se transforman en obstáculos inconscientes para la fe. El resultado de tal proceso es que se acaba aceptando una visión de mundo contraria a las Escrituras sin jamás darse cuenta de ello, y luego dicha visión de mundo se encarga de expulsar la verdad de las Escrituras de nuestra mente, sin que haya verdadera y abierta batalla. En tales circunstancias la tarea del maestro cristiano muchas veces será precisamente volvernos conscientes de tales conflictos, cosa que Machen intentaría sobre todo en Cristianismo y Liberalismo. Como lo señala al dar inicio a dicha obra, “el objeto del presente libro no es resolver la controversia religiosa de nuestro momento, sino plantear la cuestión del modo más agudo y claro que sea posible”.

Con tal actitud polémica Machen está firmemente enraizado en la tradición del antiguo Princeton. Recordemos que en otro tiempo la cátedra de Teología Sistemática de dicho seminario era llamada “cátedra de teología didáctica y polémica”. Pero la teología polémica no es teología gratuitamente belicosa. Tampoco es teología que busca desprestigiar a otras visiones de mundo atacando a sus peores expositores. Machen es enfático en su reprobación de tales prácticas. En el texto autobiográfico que ya hemos mencionado, escribe que “nunca he podido entregarme a la actitud de desprecio a las personas del otro lado en este gran debate, actitud en la que muchos devotos creyentes parecen encontrar consuelo.

Jamás he podido desechar la <alta crítica> en masa con un par de frases de condena sumaria”. Una vez más, dichas palabras de 1932 reflejan algo que ya enseñaba 20 años antes en “Cristianismo y Cultura”. En efecto, en el texto que aquí presentamos se queja por quienes creen que uno sólo debe responder a los ataques populares contra la fe, ataques que suelen venir de figuras de segundo rango. Y el problema, como bien hace notar, es que cuando existen dichas figuras populares de segundo rango normalmente es porque ya se ha perdido una importante batalla: “lo que hoy día es tema de especulación académica, mañana empezará a mover ejércitos y a derribar imperios. En esa segunda etapa, ha llegado demasiado lejos para ser combatido”. La conciencia respecto de dicha fuerza decisiva de las ideas debe obligar a los cristianos a una preocupación intelectual enraizada en una actitud de noble búsqueda de la verdad, que se enfrenta al error en sus más destacados representantes.

Pero el gran temor de Machen era que no hubiera disposición para tales batallas. Una vez más la voz de 1932 es la misma de 1912. En “Cristianismo y Cultura” escribe que “no es posible entrar en este reino espiritual sin controversia”. Veinte años más tarde diría que los que gritan paz, paz, cuando no hay paz [Jer. 6:14] constituyen la más grande amenaza para el pueblo de Dios”. Dicha búsqueda de paz sobre la base de ciertos mínimos comunes como el ejemplo de Jesús, era el indiferentismo doctrinal que Machen consideraba una de las notas más distintivas del cristianismo.

Pero cabe notar que en sus últimos años Machen llegó a notar que el fundamentalismo podía padecer de un problema muy similar: en su lucha contra el liberalismo busca constituir un amplio frente, y para eso se vuelve también más indiferente a las diferencias doctrinales. Y eso es lo que le impedía, aunque tuviera mucho en común con ellos, unirse plenamente a los fundamentalistas: cuando uno ha llegado a apreciar la tradición reformada en toda su amplitud, escribe, “uno nunca estará satisfecho con un mero fundamentalismo que busca hacer una rápida síntesis moderna del mínimo común denominador de personas de diversos credos. En lugar de eso se buscará estar en el centro de la gran corriente de la vida de la Iglesia, la cual nos ha llegado mediante Agustín y Calvino hasta los símbolos de la fe reformada”. Así, podemos terminar señalando que la posición de Machen no sólo invita a ocuparnos como cristianos de un amplio abanico de temas, sino también a estar enraizados en una amplia y rica tradición cristiana.

Hoy Machen se ha vuelto para nosotros parte de dicha tradición. Y aunque hay mucho de su obra que aún requiere ser traducido a nuestra lengua, el texto de Machen sobre “Cristianismo y Cultura” constituye un caso excepcional por su influencia en el mundo hispanoparlante, pues en inglés constituye un texto entre los muchos del autor, y fue publicado en una revista de escasa difusión entre laicos. Esto contrasta mucho con su publicación como una pieza independiente en español, que fue realizada por la Federación de Literatura Reformada en 1974. Si se añade a esto el hecho de que dicha edición contenía unas palabras preliminares de parte de Francis Schaeffer, escritas en 1969, palabras en que expresaba la feliz continuidad entre el texto de Machen y la visión encarnada por l’Abri, se puede afirmar con bastante certeza que este texto ha influido más en el mundo hispano que en el angloparlante, más aún dada la escasez de textos en nuestra lengua sobre la relación entre el cristianismo y la cultura. Es de esperar que esta traducción revisada permita que el texto de Machen continúe dicha feliz trayectoria en su segundo siglo de existencia.

Manfred Svensson

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